Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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100113
Legislatura: 1886
Sesión: 18 de noviembre de 1886
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Botella.
Número y páginas del Diario de Sesiones: 55, 1073-1075.
Tema: Conducta política del Gobierno durante el interregno parlamentario.

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros (Sagasta): Esperaba que el debate tomara otras proporciones para que el Gobierno interviniera en la discusión, a fin de no molestar diferentes veces a la Cámara; pero no puedo ya esperar más, porque el Reglamento exige, en este Cuerpo como en el otro, que el Gobierno conteste a las interpelaciones que se le dirijan, para que pueda seguir el curso de la discusión.

Con este motivo voy, pues, a decir algunas, aunque breves palabras contestando a la interpelación que, con grandísima elocuencia, ha explanado mi distinguido amigo particular el Sr. Botella.

Su señoría tiene, sin duda, la convicción de que el partido fusionista debe ser el limbo, toda vez que la primera parte de su discurso lo ha dedicado a ver si suscita discordias dentro de ese mismo partido; lo cual supone una inocencia verdaderamente digna del limbo en los que oyeran a S.S. Pero estemos o no en el limbo nosotros, lo que yo no sé es dónde está S.S. ni dónde están sus amigos; aunque me parece que de seguro no están en el cielo (Risas). En su manía de poner en discordia los elementos liberales, empezó S.S. por halagar a la izquierda liberal, suponiendo que es donde están los verdaderos liberales, y después se olvidó de que su sistema es halagar a la izquierda liberal para que le ayude en los planes políticos y parlamentarios y protestó contra todo lo que sean reformas liberales, contra todo lo que sea libertad, como si las reformas liberales y la libertad fueran la causa y origen de todas las desgracias por las que está pasando este país desde hace muchísimos años.

Supongo yo que la izquierda liberal hará más caso de esta segunda indicación que de la primera que hizo S.S. para granjearse su amistad y cariño, y supongo también que ese general eminente que su señoría quiere traer a presidir los Gobiernos, tendrá muy en cuenta la indicación de S.S. respecto a la idea que expone acerca de las reformas liberales que ese dignísimo general quiere traer al Gobierno, para que sepa que si viene a este sitio le esperan la oposición y el anatema del Sr. Botella y de sus amigos. Por lo demás, no me he de hacer cargo ahora, señores Senadores, de esa estrategia parlamentaria que su señoría está en su derecho a emplear, porque uno de los modos de vencer al enemigo es debilitar sus huestes, y si S.S. consigue debilitarlas de esa manera, hace bien en emplear esa estrategia; pero harán mal los adversarios de S.S. en dejarse llevar de su estrategia.

Aparte de esto, es singular que el Sr. Botella eche la culpa de los tristes acontecimientos, que repetidamente se han sucedido en esta país, a las ideas liberales y a los hombres liberales, sin recordar que el partido antiguo al que perteneció S.S., que era el partido más separado de la libertad, más enemigo de la libertad, fue muchas veces víctima de esas mismas insurrecciones, que en su tiempo se repetían con tan desconsoladora frecuencia, como lo demuestra el sinnúmero de ellas que se registra durante la dominación del partido moderado, del que era dignísimo jefe el general Narváez, general importantísimo, general de pura raza conservadora; general muy conservador, general enemigo de la libertad en el sentido. (Varios Sres. Senadores: No, no) en el sentido que la entendemos los liberales, aunque naturalmente fuera amigo y defensor del sistema constitucional; pero liberal dentro de la Monarquía constitucional jamás lo fue el general Narváez. (Varios Sres. Senadores: Siempre. ?El Sr. Marqués de Molina: Desde el 7 de julio en adelante). Bueno, pues las insurrecciones ocurrieron después del 7 de julio en adelante, y para mi argumento es igual. (Risas). Es decir, que después que dejó de ser liberal fue cuando le ocurrieron las insurrecciones; y fue víctima de las insurrecciones hasta el punto que contaba los años de su gobierno por insurrecciones, y año hubo que tuvo tres.

Señores Senadores: nosotros lamentamos como el que más lo sucedido en la triste noche del 19 de septiembre, porque es un escarnio a la disciplina militar, porque es una vergüenza que nos humilla, porque es un escándalo que nos deshorna. Pero como hecho revolucionario, ¡ah! si pudiéramos prescindir de los crímenes que a su sombra se cometieron contra ilustres y valerosos militares cuya pérdida no será nunca bastante llorada; si pudiéramos prescindir de eso, el hecho de la noche del 19 de septiembre, como hecho revolucionario es un verdadero fracaso que, más que perjudicarle, favorece al Gobierno. Para justificar mis palabras, no hay más que volver un poco la vista atrás y considerar la situación de las cosas hace próximamente un año, y ella dirá y confirmará terminantemente mi aserto. [1073]

Señores Senadores: si ante el cadáver de Don Alfonso XII hubiera dicho alguien, que a los diez meses de su muerte, todo lo que había de pasar había de ser que 150 soldados, abandonando, en rebeldía, el cuartel, habían de ser disueltos como la sal en el agua, para ir después a declararse dolosamente sorprendidos por el suceso, y a apelar a los poderes públicos, pidiendo clemencia, los jefes del partido político a que decían pertenecer los insurrectos, ¡ah, señores Senadores! no habría habido español que no hubiese suscrito a este porvenir, y muchos hubiera habido que lo considerasen irrealizable por lo ilusorio.

Ha pasado un año, no se ha levantado la bandera carlista, que se creía iba a ondear inmediatamente en nuestras montañas, ni la republicana en nuestras capitales, ni la anárquica en todas partes; ha pasado un año, y se ha visto que no era cierta aquella perspectiva pavorosa que veían lo más, de una terrible guerra civil y hasta de disidencias y de discordias dentro de la familia monárquica; ha pasado un año, y como no ha ocurrido nada de lo mucho y malo que se temía, han desaparecido todas aquellas dudas, aquellas sombras, aquellas perplejidades, aquellos temores de peligros, que difundió la muerte de D. Alfonso XII por todos los ámbitos de la monarquía española. (Muy bien, muy bien).

Pero, en fin, como se han olvidado todas estas cosas que se temían, y como han pasado ya, se quiere hacer responsable a este Gobierno del suceso de San Gil; de la insurrección militar del cuartel de San Gil. Pues sea, Sres. Senadores, sea; yo me propongo no hacer responsable a nadie de aquellos sucesos. Señores Senadores: el mal es antiguo, el peligro tan antiguo como el mal. Todos los días, no solo después de la muerte del Rey D. Alfonso XII, sino desde antes, pero en mayor escala, naturalmente, después de su muerte porque ella excitaba grandemente todos los apetitos revolucionarios, todos los días hemos tenido intentonas de insurrecciones militares; en febrero, en abril, en julio, en agosto y en septiembre, y cuando el Rey murió, y cuando se celebraron sus exequias, y cuando se hicieron las elecciones, y cuando se reunieron las Cortes y cuando nació S. M. el Rey D. Alfonso XIII; en todas estas ocasiones, los revolucionarios procuraron probar fortuna y no lo consiguieron, porque el Gobierno al mismo tiempo disipaba todos sus trabajos y hacía frustrar sus planes; pero al fin y al cabo llegó, como reproducción de este antiguo mal, llegó una manifestación que el Gobierno no pudo evitar; una manifestación, no tan grande como la que se temiera; pero no obstante, más escandalosa para la Patria, más repugnante por la forma y más horrible, sobre todo, por los resultados, de la cual, señores, no quiero hacer responsable a nadie, porque se ve bien y se aprecia bien lo que ha ocurrido; pero no se ve ni se aprecia lo que no ha sucedido. De lo que ha ocurrido, como de lo que se ha evitado, son responsables nuestras pasiones políticas, nuestras disidencias desdichadas, nuestras desgraciadas discordias, nuestras guerras civiles, que nos han dejado como triste herencia exceso de oficiales en nuestro ejército, malestar en las clases de tropa, vicios en nuestra organización militar, flojedad en los resortes de gobierno y de autoridad y falta de consideración y falta de disciplina en todos los organismos de nuestra desgraciada Nación. (Bien, bien).

Ahí tenéis, señores, las causas de nuestros males, y si son esas ¿qué conseguimos con recriminarnos los unos a los otros? ¿Vosotros nos recrimináis por la sublevación de San Gil? Pues no quiero recriminaros con la de Santa Coloma de Farnés, ni con la de Cartagena, ni con otras insurrecciones semejantes, parecidas, iguales, superiores o inferiores a la del cuartel de San Gil; porque las considero unas y otras como manifestaciones de un mal inveterado y profundo, que tiene sus manifestaciones independientemente de todos los partidos y de todos los Gobiernos; como las ha tenido en todas las épocas y ocasiones, sin que de aquellas sea causa ni origen el partido liberal, ni sus ideas de libertad. Pues qué, ¿estas manifestaciones no han tenido lugar en tiempos de O?Donnell, coronado como estaba con los laureles de las victorias conquistadas en tierra extranjera y habiendo sido uno de los generales más ilustres y queridos del ejército español? Pues qué, ¿estas manifestaciones no tuvieron lugar en tiempos del general Espartero, el caudillo más querido de nuestra primera guerra civil y que más veces había sabido llevar los soldados a la victoria? Pues qué, ¿no han tenido lugar en todas las épocas y en todos los tiempos? ¡Ah! No pasemos el tiempo en recriminaciones; al contrario, aprovechémoslo para unirnos todos, y no descansemos hasta conseguirlo, aun cuando para eso sea necesario hacer los mayores sacrificios, porque no hay, señores, seguridad en la paz pública si no hay una buena organización militar y una inquebrantable disciplina; y ésta no puede existir si no se extirpan de raíz los males que aquejan a nuestro ejército. Y sin todo esto no será posible ni la paz, ni la libertad, ni el crédito, ni la sociedad, ni la Patria.

Respecto de la represión, yo no discutiré ahora si fue bastante eficaz, si fue bastante rápida tal como se realizó, o si hubiera sido mejor, una vez la insurrección estuvo fuera del cuartel, haberla atacado en las calles de Madrid con la alarma y los peligros que son consiguientes al vecindario pacífico de las poblaciones; lo que yo sé es que a las dos de la madrugada tuve noticia en la Granja de que había estallado una insurrección en el cuartel de San Gil, que ya estaba vencida en los Doks, que los insurrectos andaban fugitivos y dispersos, y sólo se esperaba la luz del día para perseguirlos y exterminarlos. De manera que yo dudo que la represión pudiera ser más eficaz ni haber sido más rápida; y la verdad es que no tenéis motivos para estar descontentos de lo que se hizo, una vez que tratándose de una insurrección que había estallado por la noche, el vecindario de Madrid, en su inmensa mayoría, se despertó sin apercibirse siquiera del menor síntoma de perturbación del orden público, y sabiendo los sucesos por las noticias de los periódicos. Fuera de Madrid se conoció la insurrección militar al mismo tiempo que su vencimiento. Y de los que tomaron parte en ella, de los 150 que en último resultado fueron insurrectos, menos media docena, los demás cayeron en poder de las autoridades, incluso su jefe, cosa que jamás se ha visto en este país, a pesar de las muchas insurrecciones militares que registra nuestra desdichada historia. Porque debo decir también, Sres. Senadores, que una de las cosas que han asombrado en el extranjero, más que la misma insurrección, ha sido la rapidez con que se reprimió y con que fue vencida. [1074]

Respecto al procedimiento, ¿qué he de decir yo al Sr. Botella? Los procedimientos fueron los que los tribunales creyeron deber adoptar. Parece que S.S. se ha quejado de la lentitud con que marchó el proceso. (El Sr. Botella: No he dicho nada). He entendido eso y así lo tenía apuntado por un compañero mío. (El señor Botella: Yo no he dicho nada; he esperado a que lo digan otros). Pues entonces no digo más sobre ello.

Y para dar lugar a que este debate siga su curso, y porque el Gobierno ha de contestar a todas las observaciones que se hagan, voy a concluir con muy pocas palabras.

Respecto del indulto, de que también ha hecho alguna indicación S.S., como ha sido tan somera, no me atrevo todavía a tratar de él: pero, en fin, la cuestión vendrá y yo la trataré oportunamente, porque aunque las indicaciones de S.S., en esto como en todo, merezcan contestación, me parece que bien puede esperar a que vengan argumentos de otro lado, en menor o mayor escala, para contestarlos a la vez.

El Gobierno podrá haberlo hecho mejor o peor; en opinión de S.S. muy mal, porque en opinión de su señoría el Gobierno es responsable de todo lo malo que ha pasado, aun cuando no le atribuya S.S. gloria ninguna en lo bueno. No lo habrá hecho bien, y es posible que otros lo hubieran hecho mejor, especialmente S.S. y sus amigos, aunque está tan poco acompañado que me temo que ni mejor ni peor lo pudiera hacer, porque mientras siga así no hará nada. (El Sr. Botella: Eso ya lo veremos). Pero, en fin, es posible que otros lo hubieran hecho mejor. Mas después de todo, señores, dadas las condiciones tristes en que el partido liberal vino al Poder, con los temores, con las preocupaciones generales que entonces se suscitaron, con el miedo a que sobrevinieran grandes males, ¿no es bastante que no haya ocurrido ninguno de los muchos y grandes desastres que se temían? Y por encima de todo, y a pesar de todo, hablando sin pasión y sólo fijándose en el resultado de las cosas, ¿por ventura es hoy el pueblo español menos dueño de sí mismo? ¿Tiene en sí mismo menos confianza? ¿Tienen las instituciones menos arraigo en la Nación? ¿Tiene la Reina Regente menos atmósfera de cariño y de simpatía que respirar? Y el Rey Niño, ¿tiene menos bien asentada la base de su Corona que cuando el partido liberal aceptó el Poder? Contésteseme a esta pregunta.

Cuando el partido liberal aceptó el poder, se encontró en frente de un problema pavoroso y sin resolver, y hoy estamos todos enfrente de un problema resuelto, sí, señores Senadores, resuelto, porque el Gobierno encontrará muchas dificultades y grandes, como se encuentran en todas partes y aun mucho mayores que en España en otros países; pero ¿quién puede dudar ya del porvenir de nuestra Patria y del porvenir de nuestras instituciones? Claro está que el Gobierno no puede vanagloriarse, ni me vanaglorio yo de este resultado, que se debe principalmente y ante todo, a la augusta Señora que con tanta corrección rige los destinos del país, y que tan bien y tan cumplidamente ha sabido llenar el vacío que la prematura muerte de su malogrado Esposo dejó.

Pero confesad por lo menos que los nobles y honrados propósitos de tan augusta dama, no han sido frustrados por sus consejeros; haced esta confesión y con ella nos basta. ¿Qué nos importa lo demás? ¿Quién hace cargos al general que ganando una gran batalla concluye la campaña, por los pequeños accidentes que hayan podido ocurrir en el combate, debidos a las dificultades del terreno o a la mala inteligencia con que un capitán secundó sus órdenes? En todo caso, cuenta será del general vencedor exigir o no las debidas responsabilidades; pero entre tanto la batalla se ganó, el triunfo está conquistado y el general victorioso, en vez de censuras, merece bien de la Patria. He dicho. (Bien, muy bien). [1075]



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